jueves, 22 de febrero de 2018

Practicando el cross-over



La entrada de hoy la dedicaremos a un ejercicio de creatividad con tratamiento literario, pero recurriendo a la ficción televisiva como materia prima; el objetivo es la realización de un “crossover” con personajes de dos series de televisión contemporáneas. Así pues, se nos presenta una oportunidad para aventurarnos en tierra de “fanfictions” –en mi caso, como un profano sin más bagaje que ser un seriéfilo aficionado a la lectura–.  


“Epílogo”

La habitación de hospital era individual, sin más decoración que el mobiliario e instrumental justo y necesario. Una fina cortina translúcida, aparentemente de plástico, rodeaba por completo una inestable cama con ruedas, la cual respondía a los bruscos movimientos de su ocupante con chirridos; especialmente cuando este intentaba liberarse del juego de esposas que, a través de la muñeca de su brazo derecho, lo confinaban a un reposo involuntario.

—¡Maldita sea, Mulder! —exclamó la agente del FBI al entrar en la habitación, al tiempo que mostraba su identificación al hasta ese momento inadvertido guardián de la puerta —Yo misma te habría esposado. Te lo dije por teléfono, y te lo repito ahora: tienes que descansar.

—Yo también me alegro de verte, Scully —respondió Mulder con animada ironía, haciendo ademanes con el brazo encadenado. —supongo que no vas a quitármelo, ¿verdad? —suspiró.

Scully relajó el gesto y bajó su tono. —No lo entiendo, Mulder. ¿Qué fue lo que viste allí?, ¿cómo es posible... —Fox interrumpió —¿que terminase así, o que saliese vivo? Alguien, no sé quién… o qué, me ayudó. Ahora desconfío de mis recuerdos, pero el horror que sentí fue real; dudo que la imaginación, por desbocada que esté, pueda producir algo tan horrendo y nocivo.

Cuando llegué al lugar me quedé impresionado; la descripción dada en el expediente no le hacía justicia. Créeme, Scully, aquel sitio... —Fox guardo silencio unos segundos, se llevó la mano libre al apósito que cubría su siene izquierda, y prosiguió— aquella cabaña…, el suelo de aquel claro… La estampa parecía sacada del más siniestro cuento de los hermanos Grimm; ya sabes, me refiero a los originales, no a las versiones infantiles.

—¿Pretendes que crea que esto te lo hizo una bruja? —preguntó Scully en un tono a medio camino entre la burla y la exasperación. —¿Una broma? Me sorprendes, Scully. Sabes que estoy abierto a todas las posibilidades —respondió Fox con una sonrisa—, pero también sabes que ni yo me trago lo de las brujas; al menos no del tipo que tú tienes en mente.

—Mulder... —suspiró Scully—. Me alegra ver que estás de buen humor, pero es evidente que has sufrido un shock. No dudo que viste algo, pero no creo que fuera lo que crees que fue. Esas heridas, el tiempo que estuviste desaparecido, tu informe...

—Scully, lo que te voy a contar no aparece en el informe. —Susurró Mulder—. Se acomodó la almohada con la mano libre, y comenzó a contar una historia que siempre quedaría en la bruma de la alucinación; un relato que Scully, lo creyese o no, jamás compartiría con nadie.


“Expediente X: El Doctor y los Viejos Dioses”

Le costó bastante dar con el claro; pensó que el bosque boreal de Quebec no era, ni mucho menos, Central Park; aunque el susodicho tenga también sus sombras y misterios. Después de perderse más veces de las que probablemente reconocería, llegó al lugar descrito en el expediente: un claro relativamente grande, empequeñecido como un islote en el mar arbóreo compuesto por infinidad de abetos y pinos. En el centro una pequeña cabaña de caza, de aspecto tan viejo y tosco, que fácilmente podría remontarse a tiempos fundacionales; una reminiscencia colonial atrapada en su propio tiempo al pasar inadvertida para el progreso urbanístico de sus coterráneos.

Junto a ella, la desagradable huella de la sanguinolenta aberración retirada apenas dos días antes de su llegada; en el informe era descrita como una perversión “obelistica”, una terrible forma modelada en carne y sangre, en las que fragmentos óseos pretendían ser ornamentos con aparente intención figurativa. Las fotografías adjuntadas en el expediente eran tan angustiosamente reveladoras, como perturbadoras en un sentido malignamente literal.

El siniestro descubrimiento se lo debemos al pánico que se apoderó de cierto cazador, tras ser sorprendido por un horrísono estruendo compuesto de alaridos, llantos y cánticos incomprensibles, los cuales emanaban del claro cuyo suelo pisaba ahora el agente. El testigo se encontraba en ese momento en una zona elevada, a varios kilómetros del lugar en cuestión, cuando estalló el alboroto; según la declaración de este, pudo identificar el origen al observar que una luz rojiza emanaba de la misma procedencia, coincidiendo con la fuente sonora del susodicho bullicio.

Cuando las autoridades llegaron al lugar, se encontraron con un escenario dantesco; sin duda el obelisco antes citado se convirtió en el protagonista de la escena, pero tampoco se podía pasar por alto la cantidad y estado de los rastros humanos encontrados, a los que se sumaban extraños símbolos ritualísticos dibujados en la enrojecida tierra y repartidos por todo el lugar. Aquella era una visión enloquecedora, y no había rastro de nada capaz de atenuar el zarpazo psicológico que sin duda dejaría cicatriz en los presentes.

El caso se cerró de forma apresurada como un suicidio colectivo de índole satánica; un despropósito, pero la alternativa de implicar animales salvajes resultaba incluso más insostenible; los osos no dibujan pentagramas —a no ser, claro, que el gobierno nos lo haya ocultado—. 

Sea como fuese, el tema se tapó dejando muertes, incógnitas y bajas por enfermedad mental a partes iguales. Lo que no evitó que alguien con inabarcable influencia estuviese interesado en el punto de vista que podía aportar el agente Mulder, poniéndole sobre el teñido terreno mientras aún seguía húmedo.

El expediente fue lo suficientemente minucioso como para que el escenario no le pillara por sorpresa, pero allí había algo que no encajaba: la ridícula e inexplicable presencia de lo que parecía ser una cabina de la policía británica de los años sesenta; su intenso color azul contrastaba dolorosamente con los marrones, ocres y rojos que predominaban en el lugar.

—¿Qué demonios...? —La estupefacción de Mulder fue rápidamente interrumpida por un sonido horrible, al que prosiguió un temblor de tierra tan intenso como corto. De repente, la puerta de la cabaña se abrió, y una voz masculina, profunda y vetusta, gritó desde su interior —¡¿Qué haces, idiota?!, ¡Corre!

No tenía tiempo para pensar en quién podría ser el anciano que asomaba su cabeza por la puerta, ni en qué demonios hacía allí aquella cabina, y mucho menos aún para contemplar la ciclópea forma de color indescriptible y forma incomprensible que en ese momento invadía el claro. Antes de darse cuenta, ya estaba dentro de la pequeña cabaña, apoyado jadeante sobre una pared.

—Ese ha sido un buen sprint; de hecho, habría apostado a que no lo conseguirías. Por cierto, soy el Doctor —dijo el anciano con una amplia sonrisa, sin aparentar percatarse de lo extraño que sonaba todo aquello dada la situación.

—¿Doctor...? ¿Qué clase de doctor? —preguntó Mulder titubeante, invadido por la duda de si debía encañonar a aquel sujeto. A primera vista no parecía una amenaza; aparentaba unos 60 años, tenía buena presencia, y si el agente hubiese tenido que describirlo con un perfil, este sería el de un profesor universitario con un más que probable trastorno de personalidad, además de visos de cierta inmadurez —¿o serían delirios de superioridad? —. 

De nuevo tembló la tierra, y un horrísono rugido de naturaleza insólita se elevó replicante, calmándola. El terror que despertó en Mulder iba más allá de lo que había experimentado hasta ese momento; era como si el miedo atenazara algo más que el corazón; como si evocase a un recuerdo primordial, heredado de alguna forma través de incontables generaciones.

—Sí, yo también lo he sentido, aunque con diferencias notables. Vuestra historia con ellos es más joven y más dramática. —dijo El Doctor, poniendo una mano en el hombro de Mulder; quién, abrumado por la situación, se dejó caer con la espalda apoyada en la pared de madera, hasta terminar sentado en el suelo—. Estaremos aquí un rato, así que será mejor que haga las preguntas cuyas respuestas cree necesitar.

El Doctor puso a Mulder al corriente de su naturaleza y situación, con alguna que otra demostración puntual para contrarrestar los episodios de lógico escepticismo con los que la mente del agente intentaba aferrarse a la cordura; una resistencia que El Doctor alabó en varias ocasiones a lo largo de la conversación.

Lo difícil no fue que aceptase la existencia de los señores del tiempo, del vergel de mundos y razas más allá de la romántica y monocromática idea de una única especie visitante encubierta por el gobierno, o que aquella cabina de policía fuese en realidad una especie de nave espacio-temporal —Mulder siempre creyó que la verdad estaba ahí fuera—. La información que más le costó asimilar fue la que explicaba la existencia del horror pálido que les acechaba, y que de alguna manera parecía ser rechazado por la madera que los cobijaba.

Mulder escuchó acerca de un panteón de grotescas divinidades, sobre los dioses externos, los primigenios y los antiguos; y sobre siervos menores y toda una fauna de horrores, capaces de las cosas más extraordinarias y terribles. Prestó especial atención a la narración de cómo una de estas entidades invadió los sueños de un humano, tiempo atrás, cuando las estrellas fueron propicias; y de cómo a través de él, y de su “ficción” literaria, se mantuvo vivo el recuerdo de aquellos que aguardan despertar.


 —Así es, el horror cósmico; Howard Phillips Lovecraft era mucho más que un escritor adicto a los opiáceos. —Concluyó el anciano, antes de sacar de su abrigo el aparato que él llamaba “destornillador sónico”.

Tras hora y media de conversación, se hizo un silencio que Mulder rompió pasados unos minutos —¿Por qué seguimos aquí? ¿Cómo saldremos de esta? —preguntó con voz rota.

El Doctor se levantó, sacó el aparato que él denominó "destornillador sónico", y apuntó al techo. —Seguimos aquí por esto —aquel artilugio emitió una intensa luz azul y un breve pitido, revelando incontables formas que como jeroglíficos cubrían todo el lugar. —Lo que acabo de hacer es provocar una reacción luminiscente de los posibles rastros biológicos, y adivine: todo esto es sangre, antigua, ancestral. Según las lecturas está mezclada con la de sacrificios de generaciones, y son muchas. Apostaría a que la última aportación es el motivo de que usted esté aquí—. Sonrió ampliamente, mostrándose aparentemente entusiasmado. —Veamos que pone —Sacó unas gafas de sol, las típicas de pasta negra con corte cuadrado al estilo "The Blues Brothers".

Según la traducción que la tecnología detrás de aquellas gafas hizo de los sangrientos ideogramas, el lugar era un refugio; un lugar seguro donde los maestres del culto aguardaban tras el ritual de invocación, mientras que sus acólitos eran despedazados y sus almas devoradas hasta la llegada del crepúsculo.

—Esa cosa no se alejará, atraída por nuestra presencia; y con suerte no encontrará a nadie más que a nosotros en kilómetros a la redonda. Supongo que algo salió mal, o llegamos justo en el momento adecuado: tarde. —reflexionó Mulder en voz alta, con la mirada perdida.

El tiempo pasó, y los temblores de tierra se hicieron más frecuentes y duraderos; y con ellos los rugidos de aquella cosa, que parecía enfurecida por momentos. De repente un tremendo ruido, un impacto, una explosión de madera, y una monstruosa cabeza llena de ojos y fauces dentadas asomó en un enorme agujero en la madera. Mordiscos al aire e infinidad de pupilas perturbadoramente humanas, que se clavaban de una presa en otra. Gruñidos y gemidos, aullidos y rugidos, acorralaban a Mulder y al Doctor; quienes miraban angustiados el cielo a través de las nuevas grietas que se dibujaban amenazantes en la pared de madera. Las astillas arañaban, cortaban y se clavaban; la visión de la muerte encarnada en pesadilla congelaba cada músculo, y la voz que se proyectaba a sus mentes convirtió el miedo en el más insoportable de los dolores. Y de repente, acabó, todo acabó.

[...]

—Y lo último que recuerdo fue despertar aquí. Me alegro de verte, Scully.



Apéndice

"The Truth Is Out There"

“La verdad está ahí fuera” es el dogma de Mulder, el personaje interpretado por David Duchovny; el ficticio agente del FBI ha visto y enfrentado cosas, realidades, que le han dado base para reafirmarse en su creencia de que el mundo no es tan cuadrado como la razón y el escepticismo científico marcan. Él cree en lo que ha visto, y está dispuesto a creer en lo que aún no ve.

En su universo con aires de verosimilitud, donde la ciencia-ficción se enmascara de realidad extraordinaria archivada en expedientes, y la existencia de lo imposible queda ficticiamente demostrada en la resolución de la mayoría de estos, el supuesto de un encuentro con el protagonista de Dr. Who parece más que factible.

Por otro lado, la naturaleza de El Doctor, su rol dentro de su propio universo, le permite precipitarse sobre cualquier mundo, de cualquier dimensión y en cualquier fecha (la tierra es recurrente en la serie, así como la necesidad de salvarla); esto facilita enormemente el encuentro, le da consistencia; lo hace compatible hasta el punto de que podría ser un episodio más dentro de cualquiera de sus respectivas series.

Me pareció interesante que el encuentro de Fox Mulder con El Doctor fuese con la duodécima encarnación de este, interpretado por Peter Capaldi; su perfil, más intelectual que activo, y con un toque de oscuro sarcasmo, lo hace controlable para la ficción que contemplo.


Homenaje al Terror Gótico 

La historia que sustenta el encuentro intenta ser un homenaje al llamado "terror gótico", así como a uno de sus exponentes más icónicos y duraderos; el "Horror Cósmico" de Lovecraft, que ha perdurado furtivo, sigiloso para los profanos, inspirando muchas de las películas, cómics y videojuegos de nuestro tiempo. Dicho esto, he intentado plantear una historia con cabida "lovecraftiana", pero teniendo muy presente la personalidad de los personajes.


Imágenes para la composición de la cabecera:



2 comentarios:

  1. Lo dicho, has bodardo de nuevo esta tarea. Insuperable en intensidad y calidad. Enhorabuena. Debeo revisarla y lerrla de nuevo, así que la corregiré en breve, por ahora he disfrutado y mucho de tu genial guion. Lo que no entiendo es como no estas trabajando en esto ya, con el dominio y cultura audiovisual que tiene.
    Un saludo, fenómeno

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    1. ¡Me alegra que te guste! Muchísimas gracias por tus palabras ;)

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