A pesar del título que encabeza esta entrada, no desglosaré un día cualquiera en mi rutina de consumo audiovisual; mi deseo es ir más allá y llevar a cabo una concatenación de reflexiones, a tenor de las conclusiones personales que he sacado en base a un autorregistro de consumo audiovisual, como parte de una tarea de Cultura Audiovisual.
En base al susodicho control, no puedo
sino reconocer que estoy "enganchado" a Internet; estoy
indefinidamente conectado, lo que implica que también lo estoy al móvil como
herramienta de conexión principal. El uso que hago de este
para redes sociales, lectura de blogs y consultas varias en aplicaciones, al
final del día supera con creces al que pueda hacer del ordenador de sobremesa o
del portátil. Si bien es cierto que recurro a estos últimos para trabajos,
procesos de edición/producción, gestión de redes sociales (aún existen
aplicaciones que no funcionan en móviles, o para las que una pantalla de gran
tamaño es infinitamente más práctica) y alguna partida multijugador ocasional.
Es un hecho que el móvil ha sustituido al
ordenador en tareas "menores", repetitivas y cotidianas, relegando la
computadora de sobremesa a trabajos que requieren, no solo de más potencia
debido a procesos concretos y software especializado, sino de un entorno más
adecuado a los mismos (hardware externo y superficie de trabajo -pantalla- para
edición de vídeo, retoque fotográfico, diseño 3D, etc.). A fin de cuentas, ¿qué
son los móviles de hoy día, los smartphones, si no ordenadores de pequeño
formato? Dada su naturaleza computacional, su conectividad y accesibilidad al
común de los usuarios, los smartphones son la herramienta perfecta para
posibilitar (además de potenciar) el consumo audiovisual en un entorno tan
social como comercial; no sin razón, formamos parte forzosa del llamado Big
Data.
CONEXIÓN
Hecha la introducción de la que es mi
herramienta y “perdición”, echo la mirada atrás y tomo conciencia de cómo me he
vuelto cada vez más voraz en este consumo de contenidos audiovisuales,
aumentando con los años y el exponencial desarrollo de prestaciones en los
dispositivos móviles, al tiempo que también cambiaban mis hábitos de vida. ¿O
los ha cambiado el móvil en su evolución, en simbiosis con lo que conocemos
como "web 2.0"?
Sea como fuese, lo cierto es que paso
mucho más tiempo fuera de casa que años atrás, y no me imagino prescindiendo
del móvil durante el mismo, sin posibilidad de alimentar esa continua avidez de
información (aunque tal vez debería referirme a tal como una obsesión). Ante la
pregunta de si es o no normal esta conexión casi permanente, en la que miramos
el móvil cada vez que tenemos un momento o ante la notificación de una
aplicación social, iría más allá afirmando que es paradójicamente natural,
siempre y cuando lo encuadremos en los términos de la sociedad actual;
probablemente sea una afirmación atrevida, pero, ¿no es el ser humano social
por naturaleza?, ¿no es “natural” usar las herramientas a nuestro alcance para
mantenernos dentro de dicha sociedad?
Para bien o para mal, la evolución nos ha traído
hasta aquí; es innegable que nuestro perfil “social media” influye en nuestra
vida social y profesionalmente. ¿Corregirlo, limitarlo? Sería lo ideal, pero se
da la paradoja de que la tecnología parece avanzar más rápidamente que el
propio ser humano; de hecho, probablemente ya nos ha ganado sin que nos
diéramos cuenta, hemos caído en su espiral ascendente. Permitidme el siguiente
símil: podemos dar forma a una bola de nieve, empujarla colina abajo y correr
junto a ella, pero al final nos ganará en tamaño y velocidad. Llegados a este
punto, os invito a que investiguéis acerca del Transhumanismo y la Singularidad
Tecnológica; invitación que acompaño de una certera y profética cita de Albert
Einstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El
mundo solo tendrá una generación de idiotas”.
El desarrollo tecnológico nos ha traído
hasta aquí, sí, pero… ¿cómo ha sido el camino? Si tienes edad suficiente para
haber vivido la evolución de los primeros móviles con pantallas de imágenes
monocromáticas y poligonalmente parcas, a lo que disfrutamos ahora,
probablemente no discutirás que ha sido un viaje tan increíble como
vertiginoso; sobre todo si lo contrapones a otros periodos contemporáneos. Nosotros
lo contemplamos maravillados -al menos yo-, pero, ¿y nuestros padres?
Obviamente, el consumo audiovisual que podía hacer su generación debía
parecerse muy poco a la que es posible actualmente, sobre todo si atendemos no
solo a la evolución social, con los consiguientes cambios de valores en cuanto
a contenidos y sus límites (además de a las notables diferencias en cuanto a
formato y accesibilidad), sino al abismo tecnológico que ha propiciado ese factor
exponencial de la actual dinámica de desarrollo.
HABLEMOS DE LOS CONTENIDOS
Como ya habréis
deducido, mi consumo audiovisual se centra mayormente en aquel que puedo
realizar a través de internet; especialmente en las redes sociales, entre las
que destaco el uso de Twitter por su espontaneidad y rapidez. No excluyo
Facebook, Instagram ni YouTube, pero sí que hago un uso menor en comparación, intercalándolo
con la facilidad que nos brindan los dispositivos móviles (y el conformismo
–compulsivo– de la atención a las notificaciones).
Para empezar, quiero hacer una
puntualización con respecto al grado de elaboración y nivel técnico de los
contenidos. Obviamente, los recursos necesarios para la creación de los mismos
serán muy distintos según el medio; por norma, aquellos producidos para cine o
televisión (y radio, guardando las distancias) son más elaborados, dado que
detrás de los mismos hay implicado todo un equipo humano y técnico, sustentado
por una importante inversión económica; sin embargo, si algo han demostrado las
redes sociales, es que el nivel de
elaboración de un contenido no es directamente proporcional a la popularidad,
alcance o éxito del mismo.
Lo que prima es la aceptación del público, la emoción que despertamos en él, sea cual sea; la mayoría de los contenidos tienen una finalidad en común, y es llegar al máximo número de usuarios, siendo lo ideal su “viralización”. Las vías, cómo no, son las emociones (véase “neuromarketing”), dado que, a través de estas, seas cuales sean según nuestros intereses, podemos conseguir la difusión y calado de nuestro mensaje.
Lo que prima es la aceptación del público, la emoción que despertamos en él, sea cual sea; la mayoría de los contenidos tienen una finalidad en común, y es llegar al máximo número de usuarios, siendo lo ideal su “viralización”. Las vías, cómo no, son las emociones (véase “neuromarketing”), dado que, a través de estas, seas cuales sean según nuestros intereses, podemos conseguir la difusión y calado de nuestro mensaje.
Prueba de ello son los vídeos de la
red social YouTube en contraposición a las realizaciones televisivas; los
contenidos de estos pueden ir de una simple grabación de pantalla (gameplays,
tutoriales, etc.) con o sin audio explicativo añadido, a una producción más
elaborada, con costes relativamente mínimos. Pero, quizás, el ejemplo más
significativo sean los memes que inundan Twitter, con la gratuidad de ser “de
cosecha propia” y, según la creatividad y oportunismo de su creador,
potencialmente rentables (al menos en interacciones, lo que, para marcas y
embajadores de las mismas, se traduce en dinero –véase la práctica del
“memejacking”, por ejemplo–).
CONSUMO AUDIOVISUAL (Y "SOCIAL MEDIA")
CONSUMO AUDIOVISUAL (Y "SOCIAL MEDIA")
Ni que decir tiene que, como todos,
consumo multitud de memes de forma involuntaria; algo especialmente habitual en
Twitter. De hecho, con un par de deslizamientos de pantalla en la susodicha
red, accedo de forma "aleatoria" (sujeta al orden de publicación de
las personas que sigo y/o de la composición de las listas a las que accedo) y
relativamente "aleatoria" (recomendaciones y contenidos
promocionados, segmentados por el análisis de mi perfil como usuario), a una
miscelánea de géneros: noticias, política, divulgación, humor, etc. Es un hecho
que las redes sociales han posibilitado el consumo de información
indiscriminadamente, imponiéndose de forma que va mucho más allá del que
deseamos.
En mi caso, obviando ese “ruido”
inherente a Twitter, intento filtrar los contenidos (empezando por a quien sigo
y terminando por las listas que posibilita la propia plataforma),
concentrándome en temas como el diseño, la publicidad, y la cultura japonesa,
entre otros. Tal vez pareciese que eso podría ser suficiente criba, pero lo
cierto es que no podemos controlar los gustos e interacciones de esos a quienes
seguimos; del mismo modo que, si queremos participar, y lo haremos antes o
después a través de los hashtags, terminaremos nuevamente en el mismo punto.
Esto en lo que respecta a Twitter (la más dada a este fenómeno por su
naturaleza), aunque se puede extrapolar al resto de redes sociales en diferente
forma e intensidad.
Claro está, cada plataforma, cada
red, trata los formatos de forma distinta (duración de los vídeos, forma en la
que se agrupan las imágenes, etc.), y cada una de estas requiere un distinto
grado de atención. No es lo mismo ver un tutorial en YouTube, donde debemos
estar especialmente atentos a la escena, que escuchar un "podcast", con el que solo se requiere que escuchemos.
Dicho esto, no es raro que interactuemos con varios medios y/o contenidos a la vez, e incluso que pasemos de uno a otro aun cuando requieren toda nuestra atención. Ya sea pasando de una ventana a otra en el PC, o de una app a otra en el móvil, revisamos notificaciones de distintas redes, contestamos interacciones, participamos de distintas maneras; y todo esto al tiempo que echamos vistazos fugaces a una televisión cercana, escuchamos la radio online y/o mantenemos una conversación "off line". Este escenario que describo es real, lo vivo a diario, y lo veo en otras personas, en conocidos y desconocidos, en bares, locales, etc. No hay duda: al menos en lo que se refiere a este entorno tecnológico interconectado, para bien o para mal, somos/soy "multitarea".
Llegados a este punto, vuelvo a mirar la tabla, el registro de consumo audiovisual que ha desembocado en estos párrafos, y me pregunto qué implicaría aún más, qué nos deparará el futuro; qué nuevos medios y qué formatos, y cuál será nuestra relación con el código final del mensaje, que con toda probabilidad seguirá siendo audiovisual, emocional y con pretensión viral. Mientras tanto, solo se me ocurre una forma de mejorar nuestro consumo audiovisual, y es con la educación; enseñando ética adaptada al marco actual y al que viene, inculcando un uso responsable, y señalando los posibles peligros y cómo evitarlos y/o encararlos.
Dicho esto, no es raro que interactuemos con varios medios y/o contenidos a la vez, e incluso que pasemos de uno a otro aun cuando requieren toda nuestra atención. Ya sea pasando de una ventana a otra en el PC, o de una app a otra en el móvil, revisamos notificaciones de distintas redes, contestamos interacciones, participamos de distintas maneras; y todo esto al tiempo que echamos vistazos fugaces a una televisión cercana, escuchamos la radio online y/o mantenemos una conversación "off line". Este escenario que describo es real, lo vivo a diario, y lo veo en otras personas, en conocidos y desconocidos, en bares, locales, etc. No hay duda: al menos en lo que se refiere a este entorno tecnológico interconectado, para bien o para mal, somos/soy "multitarea".
Llegados a este punto, vuelvo a mirar la tabla, el registro de consumo audiovisual que ha desembocado en estos párrafos, y me pregunto qué implicaría aún más, qué nos deparará el futuro; qué nuevos medios y qué formatos, y cuál será nuestra relación con el código final del mensaje, que con toda probabilidad seguirá siendo audiovisual, emocional y con pretensión viral. Mientras tanto, solo se me ocurre una forma de mejorar nuestro consumo audiovisual, y es con la educación; enseñando ética adaptada al marco actual y al que viene, inculcando un uso responsable, y señalando los posibles peligros y cómo evitarlos y/o encararlos.
Estimado Francisco Javier.
ResponderEliminarMe quedo realmente sin palabras. Has llevado tu reflexión a unos límites y profundidad que ni yo mismo hubiera soñado llevar. Me ha encantado de princiopio a fin, suscribiría hasta la última coma. Y especialmente , el párrafo final, que puede resumir a la perfección al filosofía de esta apasionante y necesaria asignatura en el marco actual de nuestra intensa y extensa interconectividad y mundos de pantallas múltiples. Espectacular.
¡Muchísimas gracias! Tus palabras, además de halagarme, me insuflan ánimo para seguir entregándome a cada una de las tareas :)
ResponderEliminarMagnífica reflexión con un sentido crítico y lucidez inusitados. Una pasada teniendo en cuenta lo joven que eres. Coincido con tu profe:espectacular.
ResponderEliminarSe lo paso a mis alumnos -a ver si se les contagia.-
Enhorabuena y ¡¡a por más!!